Tormentas en las Tierras Altas by Christina Courtenay

Tormentas en las Tierras Altas by Christina Courtenay

autor:Christina Courtenay [Courtenay, Christina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Drama, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-11-01T04:00:00+00:00


Capítulo 17

Salió de nuevo de los establos y se quedó de pie un momento, dudando entre meterse en la cama o quedarse un poco más con los que aún estaban disfrutando de la fiesta. Antes de poder decidirse, resonó una voz y vio a alguien que venía del ceilidh y se dirigía hacia él. ¡Diantre, Seton!

—¿Cómo estamos, terrateniente? —esta última palabra la dijo en un tono de desdén que Brice ignoró. Su prioridad era alejar al administrador de los establos para que no se topara con Iain y Kirsty como le había pasado a Brice, porque entonces todo se estropearía.

—¿Me estaba buscando? —le preguntó yendo a su encuentro.

—Sí, algunos hombres quieren que usted participe en un jueguecito. ¿Ha probado el whisky?

—¿Un juego de beber? ¿Por qué no? —Brice había pensado resolver su falta de sueño con uno o dos tragos de aquel licor típico, pero no estaba seguro de querer hacerlo en compañía de Seton. Sin embargo, con más gente delante, podía pasar.

—Usted primero —le dijo haciendo como que no reparaba en su sonrisa de satisfacción.

No tardó en descubrir a qué se debía la sonrisa de Seton. El juego consistía en ver cuántos tragos de whisky podía tomarse un hombre y pasar sin caerse sobre un palo de madera colocado entre dos caballetes. En las jarras, que no eran muy grandes, cabían tres tragos. Como la mayoría de los hombres allí presentes ya se habían tomado más de la cuenta, acababan perdiendo el equilibrio al segundo intento. Sin embargo, Seton era ágil como un gato y lo cruzó hasta seis veces, lo mismo que Brice y su amigo de la infancia, Rob.

Cuando iba por la séptima jarra, la suerte de Seton cambió. Ya casi había llegado al final, pero calculó mal el último paso y se cayó.

—¡Maldita sea mi suerte! —bramó, pues, como resultaba predecible, era un mal perdedor. Fue a caer en la hierba dándose un golpe, y comenzó a proferir maldiciones mientras se frotaba algunas partes de su anatomía. Alguien lo ayudó a levantarse y se sentó desplomándose en un banco.

Cuando les llegó el turno a Brice y a su amigo, se oyeron gritos de «¡Robie, Robie!» y algunos menos estridentes de «¡MacCoinneach, MacCoinneach!». Los dos lo consiguieron, y Seton se quedó mirándolos a los dos como si lo hubieran ofendido personalmente. Cuando Rob falló en el siguiente intento, Seton asintió satisfecho con la cabeza. Luego se quedó mirando con los ojos entrecerrados a Brice, que estaba vaciando en su garganta el octavo trago y saltó otra vez al palo haciendo malabarismos.

—¡Ocho, ocho, ocho! —coreaban los curiosos.

—¡MacCoinneach, MacCoinneach!

Brice ocultó su sonrisa. Confiaba en que lo conseguiría, ya que tenía la ventaja de estar más o menos sobrio cuando empezó el juego. Pero había dos factores más que le favorecían: estaba acostumbrado al brännvin, un licor sueco aún más fuerte, y durante sus viajes a China había tenido que mantener el equilibrio sobre los palos del barco aun con mal tiempo.

—¡Venga, hombre, vamos! —las voces que lo alentaban se hicieron más fuertes.



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